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De esa época data su conversión al nacionalismo germánico y al
antisemitismo. En 1913 Adolf Hitler huyó del Imperio Austro-Húngaro para no
prestar servicio militar; se refugió en Múnich y se enroló en el ejército alemán
durante la Primera Guerra Mundial (1914-18). La derrota le hizo pasar a la
política, enarbolando un ideario de reacción nacionalista, marcado por el
rechazo del nuevo régimen democrático de la República de Weimar, a cuyos
políticos acusaba de haber traicionado a Alemania aceptando las humillantes
condiciones de paz del Tratado de Versalles (1918).
De vuelta a Múnich, Hitler ingresó en un pequeño partido
ultraderechista, del que pronto se convertiría en dirigente principal,
rebautizándolo como Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes
(NSDAP). Dicho partido se declaraba nacionalista, antisemita, anticomunista,
antisocialista, antiliberal, antidemócrata, antipacifista y anticapitalista,
aunque este último componente revolucionario de carácter social quedaría pronto
en el olvido; este abigarrado conglomerado ideológico, fundamentalmente
negativo, se alimentaba de los temores de las clases medias alemanas ante las
incertidumbres del mundo moderno. Influenciado por el fascismo de Mussolini, este movimiento, adverso tanto a lo
existente como a toda tendencia de progreso, representaba la respuesta
reaccionaria a la crisis del Estado liberal que la guerra había acelerado.
Sin embargo, Hitler tardaría en hacer oír su propaganda. En 1923
fracasó en un primer intento de tomar el poder desde Múnich, apoyándose en las
milicias armadas de Ludendorff («Putsch
de la Cervecería»). Fue detenido, juzgado y encarcelado, aunque tan sólo
pasó en la cárcel un año y medio, tiempo que aprovechó para plasmar sus
estrafalarias ideas políticas en un libro que tituló Mi lucha y que
diseñaba las grandes líneas de su actuación posterior.
De nuevo en libertad desde 1925, Hitler reconstituyó el NSDAP
expulsando a los posibles rivales y se rodeó de un grupo de colaboradores fieles
como Goering, Himmler y
Goebbels. La profunda crisis económica desatada
desde 1929 y las dificultades políticas de la República de Weimar le
proporcionaron una audiencia creciente entre las legiones de parados y
descontentos dispuestos a escuchar su propaganda demagógica, envuelta en una
parafernalia de desfiles, banderas, himnos y uniformes.
Combinando hábilmente la lucha política legal con el uso ilegítimo
de la violencia en las calles, los nacionalsocialistas o nazis fueron
ganando peso electoral hasta que Hitler -que nunca había obtenido mayoría- se
hizo confiar el gobierno por el presidente Hindenburg en 1933.
Desde la Cancillería, Hitler destruyó el régimen constitucional y
lo sustituyó por una dictadura de partido único basada en su poder personal. El
Tercer Reich así creado fue un régimen totalitario basado en un
nacionalismo exacerbado y en un complejo de superioridad racial sin fundamento
científico alguno (basado en estereotipos que contrastaban con la ridícula
figura del propio Hitler).

La política internacional de Hitler fue la clave de su prometida
reconstitución de Alemania, basada en desviar la atención de los conflictos
internos hacia una acción exterior agresiva. Se alineó con la dictadura fascista
italiana, con la que intervino en auxilio de Franco en la Guerra Civil española (1936-39), ensayo
general para la posterior contienda mundial; y completó sus alianzas con la
incorporación del Japón en una alianza antisoviética (Pacto Antikomintern, 1936)
hasta formar el Eje Berlín-Roma-Tokyo (1937).
Militarista convencido, Hitler empezó por rearmar al país para
hacer respetar sus demandas por la fuerza (restauración del servicio militar
obligatorio en 1935, remilitarización de Renania en 1936); con ello reactivó la
industria alemana, redujo el paro y prácticamente superó la depresión económica
que le había llevado al poder.
Luego, apoyándose en el ideal pangermanista, reclamó la unión de
todos los territorios de habla alemana: primero se retiró de la Sociedad de
Naciones, rechazando sus métodos de arbitraje pacífico (1933); luego forzó el
asesinato de Dollfuss (1934) y el Anschluss o anexión de Austria (1938);
a continuación invadió la región checa de los Sudetes y, tras engañar a la
diplomacia occidental prometiendo no tener más ambiciones (Conferencia de
Múnich, 1938), ocupó el resto de Checoslovaquia, la dividió en dos y la sometió
a un protectorado; aún se permitió arrebatar a Lituania el territorio de Memel
(1939).
Pero, cuando el conflicto en torno a la ciudad libre de Danzig le
llevó a invadir Polonia, Francia y Gran Bretaña reaccionaron y estalló la
Segunda Guerra Mundial (1939-45). Hitler había preparado sus fuerzas para esta
gran confrontación, que según él habría de permitir la expansión de Alemania
hasta lograr la hegemonía mundial (Protocolo Hossbach, 1937); en previsión del
estallido bélico había reforzado su alianza con Italia (Pacto de Acero, 1939) y,
sobre todo, había concluido un Pacto de no-agresión con la Unión Soviética
(1939), acordando con Stalin el reparto de
Polonia.
El moderno ejército que había preparado obtuvo brillantes
victorias en todos los frentes durante los primeros años de la guerra, haciendo
a Hitler dueño de casi toda Europa mediante una «guerra relámpago»: ocupó
Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia, Grecia.
(mientras que Italia, España, Hungría, Rumania, Bulgaria y Finlandia eran sus
aliadas, y países como Suecia y Suiza declaraban una neutralidad benévola).
Sólo Gran Bretaña resistió el intento de invasión (batalla aérea de Inglaterra, 1940-41); pero la suerte de Hitler empezó a cambiar cuando lanzó la invasión de Rusia, respondiendo tanto al ideal anticomunista básico del nazismo como al proyecto de arrebatar a la «inferior» raza eslava del este el «espacio vital» que soñaba para engrandecer a Alemania (1941). A partir de la batalla de Stalingrado (1943), el curso de la guerra se invirtió y las fuerzas soviéticas comenzaron una contraofensiva que no se detendría hasta tomar Berlín en 1945; simultáneamente se reabrió el frente occidental con el aporte masivo en hombres y armas procedente de Estados Unidos (involucrados en la guerra desde 1941), que permitió el desembarco de Normandía (1944).
Sólo Gran Bretaña resistió el intento de invasión (batalla aérea de Inglaterra, 1940-41); pero la suerte de Hitler empezó a cambiar cuando lanzó la invasión de Rusia, respondiendo tanto al ideal anticomunista básico del nazismo como al proyecto de arrebatar a la «inferior» raza eslava del este el «espacio vital» que soñaba para engrandecer a Alemania (1941). A partir de la batalla de Stalingrado (1943), el curso de la guerra se invirtió y las fuerzas soviéticas comenzaron una contraofensiva que no se detendría hasta tomar Berlín en 1945; simultáneamente se reabrió el frente occidental con el aporte masivo en hombres y armas procedente de Estados Unidos (involucrados en la guerra desde 1941), que permitió el desembarco de Normandía (1944).