Una turba de inmigrantes africanos destroza una calle de Palma de Mallorca y nadie hace nada por impedirlo.
Inmigrantes africanos en acción el pasado viernes (10-08-12) en la turística
calle del jamón. Asi estan las cosas por la playa de Palma. Por favor difundid
el video.
Aquí os dejamos la noticia:
Mal pintan las cosas en España, muy mal, cada vez peor.
La sucesión de imágenes como las que ofrecemos en este video son ya tan
frecuentes que corremos el riesgo de familiarizarnos con ellas y ajustarlas al
cúmulo de acontecimientos que tienen el objetivo de destruir la trama de nuestra
sociedad y la estructura de cualquier comunidad civilizada que se precie de
serlo: proteger la vida y la integridad física de los naturales de ese país. El
escenario es de nuevo Palma de Mallorca, concretamente la calle del jamón.
El pasado fin de semana, decenas de inmigrantes subsaharianos arrasaron
literalmente una calle de la emblemática localidad turística con casi absoluta
impunidad. Las imágenes nos retrotraen a la América de los conflictos raciales
de los años 70, cuando éste era aún un país decente y, con algo de candidez por
nuestra parte, contemplábamos tales sucesos como pertenecientes a un universo
‘multicultural’ del que felizmente no formábamos ni formaríamos nunca
parte.
¿Qué hemos hecho para llegar a esta situación? De entrada inclinarnos por un sistema político que representa la encarnadura de todos los males y de todos los vicios inimaginables hasta hace poco. Sinceramente, no entendemos lo que está sucediendo en España ni que éste sea el pueblo que protagonizó algunas de las epopeyas más importantes de la historia. No es cosa de dramatizar, pero nos tememos que la situación se le ha ido de las manos a políticos, policías y jueces. La anarquía llama a nuestras puertas. Una minoría (aún) está consiguiendo imponer su línea de actuación a la mayoría silenciosa.
Difícil también exigirles respeto por el país que les acoge cuando contemplan a diario cómo sus derechos se imponen a los nuestros y cómo cualquier apelación al orden y a la expulsión de los ilegales se han convertido en consignas identificadas con la xenofobia y la intolerancia, tipificada incluso como delito. En definitiva, se han hecho fuertes porque saben que se enfrentan a una sociedad debilitada y acobardada, moralmente exánime, a un Estado nauseabundo que antepone el derecho de cualquier criminal extranjero al de sus víctimas nacionales. Ellos se saben intocables y protegidos por jueces, políticos, partidos de izquierda, ONGs y medios de comunicación. La laxitud de nuestras leyes son para ellos una invitación al delito. Y a que nos impongan sus intolerables formas de vida.
El caso de Málaga es uno de los más elocuentes. La mayoría de los subsaharianos, muchos de ellos ilegales, vive en permanente roce con el narcotráfico y el proxenetismo. Controlan ya la prostitución en los polígonos industriales. Todos lo saben y nadie hace nada. El mal no hace sino enquistarse y nadie parece estar interesado en su eficaz erradicación.
Si el Gobierno no hace algo, dándole la autoridad que le corresponde a las Fuerzas del Orden Público y dejando en suspenso ciertas garantías constitucionales, la situación se puede enquistar de muy mala manera, hasta tal punto de que estos sucesos se transformen en algo cotidiano cada vez que haya algo que no agrade a los inmigrantes.
Lo malo es que los partidos del sistema son parte del problema. Nos han metido en una callejón de difícil salida ya que su supervivencia política empieza a depender cada vez más de los que producen la mencionada anarquía. Mala cosa, muy mala.
¿Qué hemos hecho para llegar a esta situación? De entrada inclinarnos por un sistema político que representa la encarnadura de todos los males y de todos los vicios inimaginables hasta hace poco. Sinceramente, no entendemos lo que está sucediendo en España ni que éste sea el pueblo que protagonizó algunas de las epopeyas más importantes de la historia. No es cosa de dramatizar, pero nos tememos que la situación se le ha ido de las manos a políticos, policías y jueces. La anarquía llama a nuestras puertas. Una minoría (aún) está consiguiendo imponer su línea de actuación a la mayoría silenciosa.
Difícil también exigirles respeto por el país que les acoge cuando contemplan a diario cómo sus derechos se imponen a los nuestros y cómo cualquier apelación al orden y a la expulsión de los ilegales se han convertido en consignas identificadas con la xenofobia y la intolerancia, tipificada incluso como delito. En definitiva, se han hecho fuertes porque saben que se enfrentan a una sociedad debilitada y acobardada, moralmente exánime, a un Estado nauseabundo que antepone el derecho de cualquier criminal extranjero al de sus víctimas nacionales. Ellos se saben intocables y protegidos por jueces, políticos, partidos de izquierda, ONGs y medios de comunicación. La laxitud de nuestras leyes son para ellos una invitación al delito. Y a que nos impongan sus intolerables formas de vida.
El caso de Málaga es uno de los más elocuentes. La mayoría de los subsaharianos, muchos de ellos ilegales, vive en permanente roce con el narcotráfico y el proxenetismo. Controlan ya la prostitución en los polígonos industriales. Todos lo saben y nadie hace nada. El mal no hace sino enquistarse y nadie parece estar interesado en su eficaz erradicación.
Si el Gobierno no hace algo, dándole la autoridad que le corresponde a las Fuerzas del Orden Público y dejando en suspenso ciertas garantías constitucionales, la situación se puede enquistar de muy mala manera, hasta tal punto de que estos sucesos se transformen en algo cotidiano cada vez que haya algo que no agrade a los inmigrantes.
Lo malo es que los partidos del sistema son parte del problema. Nos han metido en una callejón de difícil salida ya que su supervivencia política empieza a depender cada vez más de los que producen la mencionada anarquía. Mala cosa, muy mala.